sinopsis:
En el Edimburgo del primer tercio del siglo XIX el doctor Robert Knox es un afamado especialista en Anatomía que da clases en la Facultad de Medicina. Admirado por sus alumnos y reverenciado por la buena sociedad, ve, no obstante, condicionadas sus investigaciones por las mismas carencias que afectan a la propia Universidad: la falta de cadáveres humanos con los que practicar. Convencido de que el progreso de la ciencia lo justifica, termina recurriendo, como muchos de sus colegas, a los llamados “ladrones de cadáveres”, gente sin escrúpulos y de baja extracción que malvive desenterrando en los cementerios los cuerpos de personas recién fallecidas y vendiéndolos a los estudiantes y anatomistas. Sus principales proveedores van a ser dos individuos poco recomendables llamados William Hare y William Burke.
Ficha Técnica
Comentario
Ya he explicado en otro comentario inmediatamente anterior a éste (el de Horrors Of The Black Museum) todo eso de los Penny Dreadfulls del siglo XIX y la existencia de una línea truculenta en la historia del terror inglés, paralela a la refinada estilización de las Ghost Stories más clásicas y reconocidas. Allí, como aquí (y como en todos los sitios) la literatura más popular y menos exigente, artísticamente hablando, desarrolló una tendencia a la explicitud y al tremendismo que, mutatis mutandi, se corresponde con la afición al gore y el menudillo que hoy en día castiga al género (y a nosotros) tanto a nivel cinematográfico como literario. Naturalmente, el paso del tiempo puso las cosas en su sitio, y mientras los maravillosos relatos de Benson, M.R. James, Le Fanu, Dickens o Delamare mantienen su vigencia y su condición de grandes (o pequeños) clásicos de la literatura siendo continuamente reeditados, nadie recuerda (ni publica) cosas como Barney The Vampire.
Bueh... Pues recordado ese detalle, vamos con otra película de mis adorados Robert S. Baker y Monty Berman, herederos espirituales y estéticos del viejo tremendismo de los Penny Dreadfulls y representantes de ese otro tipo de Brit-Terror, menos estilizado, menos elusivo, menos elegante pero igualmente maravilloso en su barroquismo e ingenua truculencia.
Como ya se ha dicho, sólo firmaron cinco películas de terror en sentido estricto (y una de ellas, la primera de la lista, puede ser adscrita sin problemas, además, a la sci-fi): The Trollenberg Terror, Jack The Ripper, The Hellfire Club, Blood Of The Vampire y ésta que ahora cuelgo: The Flesh And The Fiends. Lo que no deja de ser una pena, porque en los pocos años que dedicaron al tema (entre 1958 y 1961) alumbraron una pequeña colección de joyas a la altura de las que una productora tan emblemática como la Hammer estaba entregando (de hecho, el nivel de las pelis de Baker y Berman está muy por encima de las que luego filmaron directas competidoras de la casa de los Carreras como fueron la Tigon o la Amicus).
Escrita y dirigida por John Gilling, un viejo conocido del aficionado que firmó además alguna de las joyas de la corona de la Hammer durante los 60’s (desde The Mummy’s Shroud a The Plague Of The Zombies, pasando The Reptile o Pirates Of Blood River) es una auténtica joya de la mejor época del Brit-Terror, cuando el género estaba en su apogeo y, al mismo tiempo, fijaba el canon.
Fotografiada espléndidamente (por el propio Berman) en un maravilloso y evocador blanco y negro, dirigida con pericia por Gilling y fabulosamente interpretada por dos monstruos del género como Peter Cushing y Donald Pleasance (secundados por un puñado de secundarios absolutamente magistrales), aborda una historia mil veces recreada en el cine y la literatura (el propio Robert Louis Stevenson escribió un cuento memorable) y que tiene su origen en un hecho real, perfectamente documentado.
En efecto, durante el primer tercio del siglo XIX, en la ciudad de Edimburgo, dos pillastres con pocos escrúpulos llamados William Burke y William Hare se dedicaban a proporcionar cadáveres “frescos” al insigne y prestigioso cirujano Robert Knox, que enseñaba en la Facultad de Medicina de la ciudad. Como todos sabéis, por aquella época en las universidades había escasez de cadáveres para los estudios prácticos, y solía recurrirse a los cuerpos de los ejecutados públicamente por algún tipo de crimen. Esa provisión era insuficiente, y los propios estudiantes y profesores recurrían a los “servicios” de individuos de dudosa reputación que saqueaban regularmente los cementerios y exhumaban los cadáveres que acababan de recibir sepultura para venderlos por unas monedas. Bueh... Pues el caso de Burke y Hare alcanzó especial notoriedad porque los muy desaprensivos, considerando aquel negocio una auténtica mina, decidieron tomar la iniciativa y no limitarse a esperar a que la gente muriese y fuera enterrada para acudir al cementerio y exhumarla. No... Ellos eran empresarios de fino olfato y con una aguda visión del negocio. Auténticos pioneros y antecesores de los modernos gurús y triunfadores del mundo financiero y empresarial, vieron que la forma de optimizar el negocio consistía en adaptarse a las necesidades del mercado y en abandonar su condición de meros intermediarios para pasar a controlar todo el proceso (useáse, no sólo la distribución sino, sobre todo, la “producción”, ejem). En definitiva, que comenzaron a asesinar a gente para vender sus cuerpos al mentado profesor Knox.
Cuando el caso salió a la luz creó una conmoción tremenda, no sólo en Edimburgo, sino en todo el Reino Unido. De hecho, suele considerarse el detonante que impulsó al Parlamento británico a promulgar la famosa Anatomy Act de 1832, que regulaba de una vez por todas el espinoso tema del suministro de cadáveres a las facultades de medicina y desincentivaba el siniestro “contrabando de cuerpos”, acabando con los “resurreccionistas” (así es como eran llamados, casi irónicamente) de una vez por todas.
Burke fue ejecutado en la horca, Hare, fue condenado solamente a pena de cárcel (se valoró su colaboración con la policía y el hecho de no ser autor material de ninguna muerte) y el Dr. Knox salió exhonerado de todo el proceso (de hecho, es posible que el médico no supiera en absoluto que sus proveedores eran, de alguna manera, “fabricantes” de la mercancía). Aunque, eso sí, su prestigio docente y científico se vio muy afectado.
Bueh... Pues con estos mimbres los avispados Baker y Berman produjeron esta pequeña joya del Brit-terror temprano en 1960. El argumento, como podéis ver, ya había sido tratado varias veces. De hecho, la película de la RKO, dirigida por Robert Wise, escrita por el genial Val Lewton y protagonizada por Boris Karloff y Bela Lugosi en 1945, The Body Snatcher, ya abordaba el caso (y el archifamoso relato de Stevenson que he nombrado antes también, que conste). Baker y Berman, simplemente, aplicaron su olfato para los negocios y contrataron a John Gilling. Lo demás vino solo.
A mí la película me parece una auténtica maravilla. De principio a fin. Verdaderamente, eran aquellos unos tiempos afortunados, cuando argumentos tan sórdidos (y también manidos y previsibles... Todo hay que decirlo), puestos en manos de artesanos eficaces daban lugar a pequeños clásicos disfrutables y perfectos.
Como también comentaba en el post de Blood Of The Vampire, Baker y Berman eran especialistas en eso de las dobles versiones. Y es esto una cosa bien curiosa. Todo el mundo sabe que en la España de los primeros 70’s y la explosión del Fantaterror era habitual rodar dos versiones diferentes de la misma película. Una para el mercado interior y otra “para la exportación”. La diferencia entre ambas consistía, básicamente, en que en la versión “internacional” las actrices mostraban desnudos más o menos generosos mientras que en la que se estrenaba en los cines patrios tal cosa no aparecía (la misma escena, según la versión, mostraba a la señorita corriendo in puribus naturalis o recatadamente cubierta con un camisón de lino suficientemente tupido. Aunque gritar, gritaba lo mismo). Bueh... Pues lo que ya no sabe todo el mundo es que en todos sitios “cocían habas” y que también en Gran Bretaña existió esa costumbre. Aunque un poco antes.
De hecho, y dejando aparte cosas tan conocidas como el Código Hayes en USA y tal y tal, lo cierto es que los desnudos en el cine no fueron habituales (bueh... ni habituales ni nada de nada) al menos hasta la segunda mitad de los años 60. Y, en realidad, no se convirtieron en algo más o menos natural (a veces demasiado impostado... ¿Alguien recuerda aquello que en España se llamó “El Destape”?) hasta la década de los 70’s. Vamos... Aquí y en Estocolmo (bueh... En el mismo Estocolmo precisamente no. Estos escandinavos ya se sabe que andaban más liberados).
Gran Bretaña fue uno de esos países donde la visión de un desnudo femenino estaba restringida a la versión local de las blue-movies y a las fotografías (deliciosas, por cierto) de revistas para adultos (como Kamera y toda esa camarilla del entrañable Harrison Marks). Pero como en los cines franceses, escandinavos y holandeses el público estaba empezando a demandar algo de picante, los avispados productores ingleses recurrían al viejo truco de la doble versión que nosotros los españoles elevamos a la categoría de una bella-arte.
En el caso británico no rodaban dos escenas, una con desnudos y otra con camisones. No, los british lo que hacían eran incluir un par de escenas adicionales, de escasos minutos (apenas dos o tres en total) en las que aprovechaban para incluir algunas mocicas en top-less. De hecho, sólo conozco dos casos de películas en las que no se usó ese sistema (y sí el “español”, es decir... La misma escena rodada dos veces): la genial Peeping Tom y la entrañable Circus Of Horrors (ambas de 1960). Curiosamente, en el caso de la segunda yo nunca he visto la copia “uncut”, hasta el punto de llegar a pensar que era una leyenda. Pero no... Basa y Freixas (expertos indiscutibles en la materia) lo aseguran en algún libro. Y yo creo en la palabra de esos dos señores tanto como en la de la Santa Madre Iglesia.
Como también dije en el post de Blood Of The Vampire, esas dos versiones diferentes son conocidas con los nombres de “Theatrical” (la estrenada originalmente en Reino Unido; esto es, la “cortada”) y “Continental” (la dedicada a la exportación a los cines “continentales” europeos. Básicamente franceses, escandinavos, alemanes y del Benelux. Y, por lo tanto, la que incluía esos ingenuos top-less de los que estamos hablando).
De las cinco películas del género que Baker y Berman firmaron, al menos cuatro conocieron la doble versión (The Trollenberg Terror es la única excepción). Y, como comenté en su post, Blood Of The Vampire se rodó tan deprisa que no les dio tiempo a incluir desnudos propiamente dichos, sino solamente un poco más de generosidad en los escotes femeninos y varias chicas con vestidos desgarrados.
Bueh... Pues la versión que ahora cuelgo de The Flesh And The Fiends es la Continental, mes amis. Uséase, que dura unos dos minutos más que la Theatrical. Y esos dos minutos (no llegan) consisten en un par de escenas cortitas en las que salen señoritas que parecen directamente sacadas de las sesiones fotográficas del aludido Harrison Marks (aunque vestidas de época, of course) mostrando fugazmente sus pechos. La cosa (créanme) no aporta absolutamente nada a la película. Ni argumental ni artísticamente. Pero tampoco es desagradable de ver (ejem).
Se trata de un DVDRip con una calidad de imagen fabulosa aunque con un aspect ratio quizás demasiado alargado (casi panorámico… 704x256 vaya…). Aunque yo tengo el DVD original británico, este archivo lo encontré en la mula, igual que los subtítulos (que, por cierto, están muy bien hechos).
Pues nada más, maeses. Ahí va la película. Que voacés la disfruten tanto como yo.
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1 comentario:
Gracias estimado. Muy interesante e informativo el tema de los minutos adicionales.
Slds,
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