sinopsis:
Un físico nuclear norteamericano afincado en Inglaterra, Peter Standish, es acompañado a su casa por un colega, Roger, que comprobará con cierto temor que la vivienda, ubicada en el centro de Londres, conserva el mismo interior que hace doscientos años. Poco a poco, el norteamericano se confesará ante Roger, revelándose sus creencias –avaladas por planteamientos científicos– de la posibilidad del viaje en el tiempo, logrando con ello trasladarse al contexto de sus antepasados en el siglo XVIII.
Ficha Técnica
Dirección: Roy Ward Baker. Productor: Sol C. Siegel para Twentieth Century-Fox Film Corporation. Guión: Ranald MacDougall, según la obra teatral Berkeley Square de John L. Balderston [y la novela inconclusa The Sense of the Past de Henry James]. Fotografía: Georges Périnal. Música: William Alwyn. Montaje: Alan Osbiston. Dirección artística: C. P. Norman. Intérpretes: Tyrone Power (Peter Standish), Ann Blyth (Helen Pettigrew / Martha Forsyth), Michael Rennie (Roger Forsyth), Dennis Price (Tom Pettigrew), Beatrice Campbell (Kate Pettigrew), Kathleen Byron (Duquesa de Devonshire), Raymond Huntley (Mr. Throstle), Irene Browne (Lady Anne Pettigrew), Ronald Adam, Robert Atkins, Felix Aylmer, Hamlyn Benson, Catherine Carlton, Richard Carrickford, Jill Clifford, Arthur Denton, Peter Drury, Alec Finter, Tom Gill, Victor Maddern... Nacionalidad y año: Reino Unido 1951. Duración y datos técnicos: 90 min. color-B/N 1.37:1. (V.O.S.E.)Comentario
Cuando alguien (no creo que sean muchos, la verdad) a la hora de evocar la andadura de los profesionales del estudio británico Hammer Films, saca a colación el nombre del realizador Roy Ward Baker, se olvida la experiencia previa que este mantuvo en el cine norteamericano. Una andadura que se centró con la 20th Century Fox, y de la que quizá sólo se recuerda “Niebla en el alma” (“Don’t Bother the Knock”, 1952), en la medida de suponer uno de los primeros papeles de relieve de la mítica Marilyn Monroe (que encarnaba con poca fortuna un personaje desequilibrado psicológicamente) y la apreciable “Inferno” (1953).
Cierto es que una mirada de conjunto a sus aportaciones en el estudio de Zanuck nos revela una inclinación hacia temas sórdidos, oscilando entre el policíaco y el suspense, que le llevaron a practicar (quizá por vez primera en su filmografía) con el fantastique. Lo hará por medio de “The House in the Square” (1951), una insólita apuesta por el subgénero de viajes en el tiempo, combinando en sus modos el look habitual del cine noir del estudio con una apuesta que entremezclara la aportación británica de la filial inglesa de la Fox. Todo ello, permitirá una curiosísima propuesta, apenas mencionada y reconocida en nuestros días, que logra articular esos condicionantes de producción (otro de ellos sería la posibilidad de servir a su protagonista, Tyrone Power, en un rol que le permitiera su facilidad como galán de época, además de incidir en esa poco reconocida ambivalencia interpretativa del actor, potenciada en sus años de madurez). El resultado, como antes señalaba, aparece simpático en líneas generales, sorprendente en algunos momentos, e incluso revestido en alguno de sus tramos de una notable intensidad cinematográfica. Sin embargo, esos ocasionales destellos, e incluso la relativa originalidad del conjunto, no impide que una cierta sensación de irregularidad limite los logros de una propuesta que, con un mayor arrojo o equilibrio, sin duda hubiera permitido todo un logro del género, quedando finalmente como un producto apreciable y, sobre todo, insólito.
Nos encontramos en un laboratorio nuclear en el Londres de inicios la década de los cincuenta. Los primeros compases del film nos describen la minuciosidad del comportamiento científico expresado por el físico nuclear norteamericano Peter Standish (Power). La extremada pasión con la que desarrolla su trabajo ha llamado la atención de sus compañeros, encargándose de vigilarlo otro miembro del colectivo científico (Roger Forsyth). Tras acompañar a Standish a su casa, Roger comprobará con cierto temor que la vivienda (ubicada en el centro de Londres), conserva el mismo interior que hace doscientos años. Poco a poco, el norteamericano se confesará ante Roger, revelándose sus creencias (avaladas por planteamientos científicos) de la posibilidad del viaje en el tiempo, logrando con ello trasladarse al contexto de sus antepasados en el siglo XVIII.
Será éste, sin lugar a duda, el fragmento más valioso de la película, en unos minutos ejemplarmente modulados en la realización, la utilización de una escenografía que podría plasmar cualquier film noir de la Fox, la dirección de los actores (especialmente en el temor creciente que irá expresando el estupendo Michael Rennie) y la ubicación de los dos intérpretes en el escenario, contando finalmente con el apoyo oportuno de la tormenta que irá incorporándose y punteando el desarrollo dramático y progresivamente inquietante del episodio. Una sensación de miedo ante lo desconocido, también de deseo de traspasar la frontera de lo numinoso, se encuentra expresada con fuerza en ese preámbulo rodado en el preciso blanco y negro del estudio, que dará paso al traslado del protagonista a ese pasado que ha intuido podía llegar a experimentar.
De una manera bastante creíble la acción se remitirá al mismo Londres de dos siglos atrás, convirtiéndose el protagonista en su antepasado, que se ha trasladado a la capital británica desde su origen en Nueva Inglaterra, para comprometerse en matrimonio con su prima Kate Pettigrew (Beatrice Campbell). En ese encuentro muy pronto emergerán los anacronismos en actitudes y comportamientos que Standish no siempre podrá controlar, y que muy pronto le granjearán en la estirada comunidad una fama de excéntrico, aumentando estos recelos hasta ver en él una vertiente diabólica. Será una incómoda situación en la que nuestro protagonista solo encontrará un asidero emocional, a partir de la pasión que desde el primer momento se manifestará con la joven hermana de su inicial prometida, Helen (Ann Blyth). En este largo fragmento destacará por un lado la formulación cromática de sus secuencias (en un espléndido color de raíces pictóricas, igualmente obra de Georges Périnal), que mostrará un especial cuidado en una ambientación que acentuará los contrastes entre las clases más opulentas, con la generalidad llena de miseria del Londres de la época (la secuencia en la que Power, impecablemente vestido, recorre ese contexto lleno de suciedad y casi esclavitud, es reveladora de esas intenciones).
En cualquier caso, y pese a las buenas intenciones existentes, el film queda limitado un poco a sí mismo, quizá debido al excesivo servilismo del sesgo teatral de su origen (obra de John L. Balderston, el autor de la versión teatral de Drácula que sirvió como base al film de Tod Browning) e, indudablemente, a la falta de arrojo que adquiere finalmente la función a la hora de integrarse en los senderos de ese relato de amor fou que la película pedía casi a gritos. Contemplando las imágenes siempre eficaces, e incluso puntualmente inspiradas del film de Baker, uno no puede dejar de recordar referentes más logrados como el que podía suponer “La muerte en vacaciones” (“Death Takes a Holiday”, 1934. Mitchell Leisen), “El retrato de Dorian Gray” (“The Picture of Dorian Gray”, 1945. Albert Lewin) o la admirable y aún casi desconocida “Viviendo el pasado” (“The Lost Moment”, 1947. Martin Gabel). Títulos todos ellos que lograban combinar su atractivo fantastique, un alcance romántico y feérico, e incluyendo en ellas la violentación a un contexto social dominado por las discriminaciones e injusticias. En esta ocasión, preciso es reconocerlo, no se alcanzan los objetivos que sí mostraban (en diversas de estas vertientes) los títulos antes citados. Sin embargo, no por ello podemos hablar de un conjunto desprovisto de atractivos. Hay en los giros y en el desequilibrio del film de Baker suficiente interés en sí mismo como para no reconocer los valores de un título atractivo, que merece su pequeño lugar (todavía no reconocido; es un título absolutamente ignorado) dentro de la historia del cine fantástico norteamericano en la primera mitad de los cincuenta.
No fue, por otra parte, la primera ocasión en la que el norteamericano (y todavía no justamente valorado) Tyrone Power se incorporara a títulos de cierta ascendencia con dicho género. Lo hizo siempre en el contexto de la 20th Century Fox, a la que se mantuvo fiel, en títulos como el igualmente atractivo “The Luck of the Irish” (1948, Henry Koster), inclinándose a roles de cierto alcance inquietante, a partir de su éxito en la excelente “El filo de la navaja” (“The Razor’s Edge”, 1946) y la inmediatamente posterior “El callejón de las almas perdidas” (“Nightmare Alley”, 1947), ambas firmadas por Edmund Goulding.
The House in the Square finalizará con una situación quizá dominada por el artificio (el retorno de Standish al tiempo presente le permitirá encontrarse en la hermana de Roger, a una joven con el mismo aspecto y sensibilidad que la Helen que ha tenido forzosamente que abandonar), aunque coronada por una bellísima visita nocturna a la tumba en donde yacen los restos de esa mujer a la que conoció y amó en su fugaz viaje a dos siglos atrás. Una muestra más de la efectividad de unos códigos de probada eficacia en el contexto del cine norteamericano y que, si más no, el británico Roy Ward Baker (entonces firmando aún sin el “Ward”) supo manejar con eficacia y profesionalidad.
Autor: Juan Carlos Vizcaíno
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5 comentarios:
Gracias Zer.
Viaje en el Tiempo, cuanto jugo ha dado ese limon, y la verdad no me canso. A pesar que mi hijo, con su formacion cientifica, me asegura que es fisicamente imposible, lo sigo disfrutando.
Slds,
La verdad este blog es demasiado bueno, cada tesoro que se postea...gracias muchachos!
UNA GRAN PELICULA y magnificamente .. no genialmnete ambientada en el siglo 18, el comentario que poneis de la pelicula, un ladrillo. tosco burdo y aburridoo
No entiendo porque no me da buena la password
Todavia, gracias por compartir esta pelicula.
Probablemente alguna de las partes se haya bajado mal. Al descomprimir, la parte (o partes) que te den error, esas son las que hay que volver a bajar.
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